“Me siento cansado y sin fuerzas para vivir. Me encuentro muy triste desde hace dos meses. He perdido interés por la vida, me noto distinto, como si no me importara nada, ni siquiera lo que haga mi mujer o mis hijos, aunque no querría verlos sufrir. Tengo muy poco apetito, he perdido casi 5 kg en un mes. Tardo mucho en quedarme dormido y me despierto varias veces por la noche. Me cuesta concentrarme en mi trabajo, me siento inútil y un fracaso en él. Nunca antes me había ocurrido algo parecido”.
“Desde siempre me ha dado respeto, pero desde hace unos meses se ha convertido en un verdadero problema, no consigo hablar en público. Soy profesora de universidad, por lo que es algo que tengo que hacer a diario, pero me supone un mundo. Me pongo nerviosa, me empiezan a sudar las manos, empiezo a tartamudear, mi corazón se acelera como si fuera a salirse del pecho, las piernas me tiemblan, me pongo roja… Lo paso francamente mal y mi único deseo en ese momento es huir, que ese sufrimiento se acabe. Si además de hablar delante de los alumnos, tengo que hacerlo delante de otros profesores y catedráticos, mi problema se agrava”.
“Hace dos años me despidieron del trabajo, no sabía qué hacer ni a donde ir. Esa época coincidió con el nacimiento de mi primer hijo. Decidí entonces que era momento de prepararme una oposición y conseguir así un empleo más estable. Estudiaba 14 horas diarias que compaginaba con la crianza de mi hijo y la gestión de mi casa. Un día cuando me levanté por la mañana me empezó a doler el pecho, tenía una sensación de ahogo, palpitaciones… pensé que algo malo me estaba ocurriendo y me dirigí al hospital con la creencia de no poder con todo aquello”.
Es posible que te sientas identificado al leer estas situaciones o conozcas a alguien que ha podido pasar por ello. Hay etapas en la vida en que las circunstancias nos sobrepasan, no somos capaces de abordar ciertos problemas y estos nos producen emociones difíciles de manejar, necesitamos ayuda. Para ello recurrimos frecuentemente a nuestro círculo más cercano, familiares, pareja, amigos, etc. Pero no siempre esta ayuda es eficaz por muy buena intención que tengan, no logramos encontrar la salida correcta y es entonces cuando nos planteamos recurrir a la ayuda de un profesional.
En ese momento nos pueden surgir preguntas del tipo, ¿cuándo debo acudir a un psicólogo? ¿Existe algo que me indique que es el momento adecuado? ¿Debo acudir solo cuando me encuentre muy mal anímicamente?
¿Qué dirá la gente cuando se entere de que estoy yendo? ¿Cuánto tiempo necesitaré?
Es normal que nos asalten este tipo de dudas, acudir al psicólogo sigue siendo aún un tema tabú en muchos sectores de nuestra sociedad, encontrándose la labor y utilidad de éste a veces distorsionada. El psicólogo es un profesional que te va a ayudar a entender el origen del problema, cual es la causa que origina que te sientas así, te ayudará a cambiar conductas y pensamientos y a gestionar tus emociones. Te acompañará durante el proceso terapéutico, haciéndote entender cuáles son tus dificultades, como se han ido formando y cómo podemos manejarlas, guiándote en la solución más adecuada al problema. Además te hará sentirte mejor, pues podrás expresar todas aquellas preocupaciones y pensamientos que te perturban sin miedo a ningún tipo de juicio.
¿Cuáles son las posibles señales de alerta?
Por tanto, se recomienda acudir al psicólogo cuando:
- Te sientes abatido, sin fuerzas para controlar la situación problemática por ti mismo.
- El malestar que sientes interfiere en tu vida laboral, social y familiar.
- Experimentas síntomas como insomnio, falta de apetito, disminución de la libido, pérdida de interés en actividades que antes te resultaban placenteras.
- Comienzas a somatizar (dolores de cabeza, de estómago, presión en el pecho, etc.)
- Tienes dificultad para controlar tus emociones, te enfadas mucho más que antes llegando incluso a tener ataques de ira o te deprimes y te encuentras ansioso en otras circunstancias (desesperanza, desolación, inutilidad).
- Te encuentras agobiado, la situación te supera y no encuentras solución, crees que nada tiene sentido ya.
- Has probado a solucionarlo de diversas maneras pero ninguna de ellas ha resultado óptima.
- Tienes dificultad para relajarte y conciliar el sueño.
- Te encuentras más irascible, lo que está interfiriendo en tus relaciones interpersonales.
- Te sientes vulnerable por tu entorno, consideras que además este puede estar en tu contra.
Como ves son muchos los ámbitos en los que puede ayudarte un psicólogo. Si te has sentido así pide ayuda, las situaciones por sí solas no son estresantes, lo son las interpretaciones que hacemos de ellas.
Al igual que no hace falta que tengamos un dolor físico insoportable para acudir al médico, no es necesario estar pasando por un episodio desgarrador para pedir ayuda a un psicólogo. Hay momentos en la vida en que puede que necesitemos respuestas a preguntas que no podamos resolver por nosotros mismos, estemos pasando por etapas que requieran de una orientación (Cambio laboral, divorcio, menopausia…) o simplemente un apoyo concreto, sin que por ello tengamos que poner ninguna etiqueta diagnóstica.
No hay que olvidar que acudir al psicólogo es símbolo de valentía, de querer estar bien, de haber sabido ver las alarmas que nos indicaban que teníamos que parar y tomar una decisión. No tenemos que tener vergüenza por dejarnos ayudar porque el primer éxito del camino es saberlo reconocer.